Quizá muchos hoy escribamos sobre Carlos Fuentes, pero los mexicanos tenemos un motivo más; yo, además de la nacionalidad, comparto cosas muy íntimas con él, vividas en la adolescencia, y que marcaron mi futuro y el escritor que ahora me he vuelto.
En el bachillerato las lecturas de Fuentes como las de Poniatowska, Carlos Monsiváis, Rius, Ibargüengoitia, Rulfo, Arreola, Vicente Leñero, Pitol, José Emilio Pacheco… son obligadas. Ahí es donde uno descubre La región más transparente y tantas y tantas obras que este hombre ha dado no a México sino a la cultura universal.
Siempre me marcó por muchas anécdotas. Recuerdo especialmente la que contaban del 20 de noviembre de 1975, yo era un niño y no recuerdo el suceso, pero él lo tenía muy claro. Siendo él embajador por esas fechas en Francia, y muriendo ese día Francisco Franco, mandó a izar la bandera mexicana a lo más alto del mástil en la embajada, diciendo que era un día de gran felicidad para él y había que celebrarlo. Era el aniversario de la Revolución Mexicana.
Si algo a mi me ha marcado es la gente de cultura universal, y saber desde muy pronto que Carlos Fuentes era hijo de embajador y por lo tanto vivido desde niño en muchos países y siendo un políglota, lo elevó a nivel de ídolo en mi altar de escritores. Una de sus frases que yo siempre copié “Monolingualism is a sickness that can get cure” (el monolingüismo es una enfermedad que tiene cura), reflejaba en mi el miedo a no poder expresarme en otras lenguas.
Como esas anécdotas tengo mil de Carlos Fuentes, sus comidas con Elena Poniatowska en París, donde él, según me contó Elena, siempre preguntaba a los meseros los detalles de la confección y elaboración de los platos para después incluirlos en sus novelas; sus memorias cuando escribió Gringo viejo y, me parece, participó en la filmación para poco tiempo después sufrir el deceso de uno de sus hijos (murieron dos de sus tres hijos); su aventura con la bellísima Jean Seberg cuya muerte infame e indigna en París le marca; la retrata y le hace justicia poética en “Diana o la cazadora solitaria».
Hace poco, muy poco, Carlos Fuentes regresó a mi cabeza. Mi querida Ana (Lectora aguda como pocas) me recomendó el libro de Paul Auster “A salto de mata”. Me obligó a leerlo porque decía que era un retrato de mi vida. Era cierto. Lo devoré y le escribí a Ana:
«He terminado «A salto de mata». Me ha retrotraído a mi adolescencia y mi relación con las novelas de Fuentes.
“Recuerdo haber leído muchos libros de Carlos Fuentes y no haber terminado ninguno, pero haberme identificado con todos. No con los personajes sino con el autor. Porque sabía que detrás de Artemio Cruz, de Aura, de Las buenas conciencias, de La Región más transparente, detrás de todos ellos estaba el autor, alguna frase o pensamiento revelaba su carácter. Entonces, en los momentos de mayor soledad de mi adolescencia sabía que no estaba tan solo y que al menos detrás de esos libros había otro loco igual que yo».
Adiós, Maestro.
Carlos Alberto Gutiérez