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Le decían Nagual Jaguar, y nos conocimos en el mercado de Tlatelolco. Fue guerrero azteca en tiempos de nuestros señores emperadores Axayácatl, Tizoc, Ahuizote y Moctezuma Xocoyotzin. No era el más justo ni el más legal, sin embargo, era bravo y entrón.

Por azares del destino, ofrecía sus artes en todo tipo de transas, misiones y chanchullos; algunas veces para el imperio como mercenario, y otras, para pochtecas en largas jornadas, guardando sus valores de muchas amenazas en los caminos: ajustes de cuentas por aquí; sofocamiento de provincias rebeldes por allá; cambiando mercancías de un propietario a otro; acallando voces molestas para personas de mucho lustre… En fin, casi siempre en cosas no muy derechas, por no decir bien chuecas.

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Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
Y parece que un beso te cerrara la boca.
Y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
Como todas las cosas están llenas de mi alma
Emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
Y te pareces a la palabra melancolía.
Y te pareces a la palabra melancolía.
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible

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Le decían Nagual Jaguar y nos conocimos en el mercado de Tlatelolco. Fue guerrero azteca en tiempos de nuestros señores emperadores Axayácatl, Tizoc, Ahuizote y Moctezuma Xocoyotzin. No era el más justo ni el más legal, sin embargo, era bravo y entrón.

Por azares del destino ofrecía sus artes en todo tipo de transas, misiones y chanchullos, algunas veces para el imperio como mercenario y otras para pochtecas en largas jornadas guardando sus valores de muchas amenazas en los caminos; ajustes de cuentas por aquí, sofocamiento de provincias rebeldes por allá; cambiando mercancías de un propietario a otro, acallando voces molestas para personas de mucho lustre… en fin, casi siempre en cosas no muy derechas, por no decir bien chuecas.

CAPÍTULO I

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De cómo se conocieron Nagual Jaguar y Natan Balam, del encargo de la misión del Tesoro de Axayácatl, mal nombrado Tesoro de Moctezuma, y de  los primeros días en Tenochtitlán y la fonda del Potzolcalli

Por azares del destino ofrecía sus artes en todo tipo de transas, misiones y chanchullos, algunas veces para el imperio como mercenario y otras para pochtecas en largas jornadas guardando sus valores de muchas amenazas en los caminos; ajustes de cuentas por aquí, sofocamiento de provincias rebeldes por allá; cambiando mercancías de un propietario a otro, acallando voces molestas para personas de mucho lustre… en fin, casi siempre en cosas no muy derechas, por no decir bien chuecas.

Siempre andaba bien bruja y con el morralito seco, por lo que en contadas ocasiones el dios Tonatiuh iluminaba su techo –como todos los que van por su cuenta-. Si no estaba en campaña, lo que sucedía muchas veces, uno podía encontrarlo en su local preferido: la Fonda del Potzolcalli. Allí comía buen pozole, degustaba vigoroso chocolate, fumaba buen tabaco o bebía un refrescante tarro de pulque, para emborrachar a los fantasmas que le perseguían. Algunas veces pagaba él; otras, los amigos, y no pocas el matrimonio que regentaba el negocio: Ameyal, el olmeca, y su esposa Flor de Mañana La Teotihuacana. El Potzolcalli, además de ser un lugar de comer, beber y arder, se transformaba, sobre todo ciertas noches furtivas, en sitio de apuestas de patolli, vicio arraigado entre los aztecas. Acudían forasteros de todas partes a jugarlo. Si alguien necesitaba contratar sus servicios, así como su letal y certero garrote, lo podía encontrar allí, ahogando las penas junto con otros amigos asiduos a buscar respuestas en el fondo de los vasos del fresco barro.

Para esos trabajos cargaba su macana de madera con navajas de obsidiana en ambos lados, el “Macuazoc”. Mientras que el Macuahuitl, más largo, pesado y menos práctico era sólo utilizado en la guerra. Bien atinado el mazazo descuajaringaba la cabeza del infortunado. Prescindía muchas veces del chimalli para escudarse. Argumentaba que la mejor defensa era el ataque y lo reafirmaba con el macuazoc, su agilidad felina y una vara de carrizo retráctil muy ligera: la Huitzauhqui maya. Ni cuenta se daba el contrario que atacaba y se defendía, entre escudo y mazazo el Nagual se agachaba como si fuese de hule y ¡con su permiso! les rasgaba la panza. Los infames emprendían la retirada si fuerza o vida quedaba, sujetándose y tropezándose con su mismo mondongo. Cuando se veía desarmado de sus instrumentos usaba patadas y puñetazos mortales, o sacaba de la funda de la pantorrilla con prestidigitación de encantador su tecpatl afilado y largo como una mano, lo lanzaba en un abrir y cerrar de ojos, tan estilizado y picudo que bastaba con la ayuda de su puntería fina y adiestrada para hundirlo mortalmente donde cayera. A las víctimas ni tiempo ni fuerzas les asistían para encomendarse a su dios preferido. Sólo les quedaba el pase directo para una visita eterna al Mictlán y sus inframundos, al cuarto para ser más exactos, donde descansan los muertos en batallas, apuñalados y desgraciados así.

Le decían Nagual Jaguar y nos conocimos en el mercado de Tlatelolco. Fue guerrero azteca en tiempos de nuestros señores emperadores Axayácatl, Tizoc, Ahuizote y Moctezuma Xocoyotzin. No era el más justo ni el más legal, sin embargo, era bravo y entrón.

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